Hace unos días, un amigo me preguntaba mi opinión acerca de la marcha del 8 de marzo y #UnDíaSinMujeres del 9 de marzo, pero lo circunscribía a las relaciones amorosas entre hombres y mujeres.
De inmediato le contesté que el tema era más profundo que las relaciones amorosas heterosexuales… esa es una visión simplista de ver la situación actual respecto a los cambios sociales y culturales acerca del empoderamiento femenino…
Empoderamiento femenino, que tampoco es una frase que abarque en absoluto la problemática ni la solución de lo que estamos viviendo en México.
El machismo, afirmo, victimiza, en primera instancia, a los propios varones que sólo hacen uso del poder y lo malentienden. Sufren consecuencias que ellos interpretan como ventajas por sobre nosotras, las mujeres. Cosa aberrante, que los aparta de su propia valía como seres humanos.
Soy feminista, me enteré casi por casualidad, cuando mi hijo me lo hizo notar y mi hija me lo reiteró. Feminista… pero, ¿es necesario llevar una etiqueta? En este momento histórico, creo que sí. Se tiene que visibilizar lo que siempre ha estado ahí pero no han querido ver, a veces, ni la propias mujeres.
Mis palabras son mías y mi punto de vista, por consecuencia, también lo es. No intento cambiar a nadie, sino a mí misma, soy parte de una generación X educada por la llamada generación Grandiosa o de la Vieja Guardia (en mi caso muy particular, ya que mi padre nación en 1928)… No hubo una brecha generacional… era un cañón generacional donde nunca se pudo instalar un puente de comunicación ni de amor.
Que no se malentiendan mis palabras, no estoy juzgando a mi padre ni tampoco lo justifico, sólo sé (lo he aprendido) que los padres, en la mayoría de los casos, hacen lo mejor que pueden con lo que tienen para ejercer su paternidad de la mejor manera, entendiendo el mundo desde su visión particular y queriendo lo mejor para sus hijos.
Hoy en día, resulta que la vida (sabia como siempre) regresa a mi vida a mi papá desde hace 5 años.
El amor, su presencia o su ausencia, rige la vida de las personas, somos resultante y agentes de cambio a partir del amor. Nuestras acciones hablan de lo que somos de manera auténtica y nuestras palabras (poderosas como decretos) trazan caminos que muchas veces somos inconscientes de construir y transitar.
Mi historia es solo una, es mía y la cuento porque soy dueña de ella. Soy una mujer resultante de una educación tremendamente machista a pesar de vivir en un matriarcado, machista también… contradictorio, lo sé.
Mi padre fue un padre ausente, sólo venía a casa en los periodos vacacionales. Mi padre siempre será un misterio donde prefiero no tener la luz de la verdad. Ya no tiene caso.
Mi crianza machista, la cotidiana, la ejerció mi madre (de mi hogar adoptivo) y acepté todo lo que me inculcó sin chistar los primeros años de mi vida… ¿Acaso no es lo natural? La familia es la verdadera escuela, es la fuente de la educación primigenia que forma (o deforma) el ser y el hacer de las personas.
Aún no entiendo mi espíritu rebelde (no lo entiendo pero lo abrazo con infinito amor) quizá heredado por mi madre biológica a quien jamás conocí y a quien agradezco infinitamente haber sido la mujer que me trajo (literal) a este mundo en donde he aprendido mucho, he fallado mucho, he caído mucho y me he levantado mucho también.
Hoy por hoy, soy una mujer con valores e ideas muy míos, fruto de la observación y la reflexión de lo cotidiano. Aceptar mi género, con la sinceridad absoluta del amor propio, no fue fácil. Amo ser mujer, agradezco ser mujer, bendigo ser mujer y sé que aún, en este México en el que me toca vivir, es un reto ser mujer.
Compré frases que la vida (a mí en lo personal) me enseñó que eran mentiras que sólo beneficiaban a los poderosos quienes, curiosamente, eran hombres.
Te casaste, te chingaste: Frase muy popular en mi casa, cuando mi madre se enteraba de algún problema matrimonial de alguna mujer cercana, amiga o pariente. El consejo siempre rezaba de la misma forma, «es tu marido, te tienes que aguantar, es tu cruz»
Cruz… como si el matrimonio fuera un verdadero vía crucis y, entre más doloroso fuera, valía más la pena… ¡¡¡En serio!!!
Y esa cruz, ¿qué incluía? ¿De qué madera estaba hecha?
Infidelidades, golpes, amenazas, maltrato sicológico, violencia económica… por decir lo menos.
A mis propias tías les tocó vivir ese tipo de vejaciones… a mi abuela también… a mi madre adoptiva, no. Ella fue una matriarca que nunca dejó que la maltratara su esposo (un hombre adorable al cual le debo todos los recuerdos dulces, amorosos, de fe y confianza de mi infancia y de mi vida entera) Cruz, el nombre de mi madre adoptiva, nunca permitió el maltrato pero reproducía de una manera férrea la educación machista.
Claro que era contradictorio y así fue mi infancia respecto a mi género y el lugar que me tocaba en el mundo.
Mamá nunca se cansó de decirme que guardara silencio (desde el año de nacida hablé hasta por los codos) haciendo alusión de que calladita te ves más bonita… Como si las mujeres sólo fuéramos ornato y nada de cerebro. Una buena mujer callaba ante lo que el marido decía y punto.
Mi madre, era una gran mujer desde la perspectiva de su época y su entorno. Ella, junto con sus 4 hermanos (mi papá entre ellos), quedaron huérfanos de padre desde niños y los abandonó su madre unos años más tarde. ¿Infancia dolorosa? Por supuesto. El amor no era cotidiano en sus vidas. Nadie los protegió y aprendieron a salir adelante con lo poco que tenían.
La historia es muy larga, hoy mi padre tiene 92 años y seguimos contando la historia, pero de manera diferente. Trataré de acortar casi un siglo de dolor que resultó en una hija feminista que se dio cuenta tarde de que lo era.
Regresemos a la década de los 80’s. En esos años tuve la oportunidad de vivir con mi papá a tiempo completo, tenía 13 años y cursaba la preparatoria, y mi espíritu rebelde se retorcía en mis entrañas y me enojaban las formas que en mi casa existían.
A esa edad, como la única mujer de la casa, era mi obligación tener impecable todo: lavar la ropa (a mano), cocinar, planchar, etc. Además de llevar excelentes calificaciones en la escuela (eso sí le salí debiendo a mi récord académico, pero terminé la prepa en tres años, a pesar de todo) Ahí recordé el sabor de las patadas de mi padre que, por primera vez, me fueron dadas a los 5 años de edad por no querer limpiar el jardín. Paro aquí mi narrativa dolorosa… han sido ya muchas líneas de antecedentes de lo que me hace ser la mujer que soy. Sólo rescato una frase que palabra por palabra se tatuó en mi alma y sangró muchos años, hasta convertirse en una cicatriz que he llenado de amor y colores de esperanza y compasión: Yo no quería una hija, quería que fueras niño.
Cuánta inconsciencia en palabras lanzadas con el único propósito de hacer daño.
Encontrar palabras que nos llenen de amor el alma, son difíciles de encontrar algunas veces… las palabras que destruyen están más a la mano.
En fin.
Me casé enamorada del padre de mis hijos… pero yo no me amaba. Me divorcié por una infidelidad (de él, por si les quedaba duda) y sufrí el más profundo y gélido dolor que se debe de encontrar en los infiernos (y me alegro tanto)… llegar tan abajo del dolor sólo te deja la única salida, que es hacia la luz de la autovaloración. Después de 18 años de soltería no puedo agradecer lo suficiente aquel divorcio. He conformado una familia amorosa (no sin dificultades) porque me amo… y eso lo he ido aprendiendo en abonos, porque así aprendo yo (no sé ustedes).
La vida, les había contado un poco de ella, me regresó a ese papá que dejé de ver desde los 19 años en el estado vulnerable en que te coloca la cuarta edad. Menuda cosa… menuda tarea… menudo reto… menuda ironía que la vida me ponía enfrente.
Sí, querido amigo… el tema de los géneros no se circunscribe a las relaciones de pareja… es un tema amplio,casi infinito como las historias que se cuentan y que se callan. Hoy, vivimos las mujeres en medio de condiciones que nos vulneran sólo por ser mujeres. Pero no podemos ocupar el lugar de victimarias… pero tampoco debemos de ser víctimas.
Sí, queridos lectores, no soy una feminista radical… de hecho las etiquetas me molestan hasta en la ropa… sólo soy una mujer que se dedica a hablar/escribir y aprender de sí misma, que se siente honrada de ser madre de dos hijos (uno de ellos varón) que tienen sus propias opiniones y labran su propio camino.
Sí, querida mujer, también fuí víctima de maltrato… de violencia física y sicológica, también sufrí acoso en el transporte público, también me da temor una calle oscura, también he perdido trabajos por ser mujer y por decir lo que pienso… imagínate, ¡mi padre me rechazó por mi género!
Hay dos caminos, quizá no de colores claros ni absolutos, pero que pueden ser tomados por las circunstancias, pero es mejor tomar uno de ellos con consciencia.
El camino del perdón (que tiene que ver con el amor) y el camino de la venganza (que parte de la falta de amor)… Hago lo posible, todos los días, como si fuera rutina de gimnasio, en transitar el camino del perdón… No es fácil, quizá sea más doloroso pero infinitamente más satisfactorio que el camino de la venganza.
Desde hace 5 años, comenzó un examen de vida… mi papá regresó a mi vida… a nuestras vidas… y la historia, en este momento, puede contarse con amor y concordia… Justo, equilibrando esa oportunidad que la existencia nos da de poner las cosas en orden.
Si los hombres nos quieren matar, vejar, humillar, anular, violar, someter… Evidentemente hay que defendernos, alzar la voz, denunciar, marchar, alejarnos… pero esto inicia amándonos así como somos.
Mírate al espejo y reconoce que en ti hay una bella mujer capaz de amar… amor, la palabra clave… amar, la magia posible.
Esta lucha no se trata de mujeres vs. hombres… esta lucha es en contra de un machismo que se sigue respirando y viviendo muy a pesar del Siglo XXI… Esta lucha es en contra de esa falta de amor y de empatía entre las personas. Las buenas personas no deben callar, sus palabras de exigencia, así como sus palabras amorosas, deben ser escuchadas.
Sé que unas solas líneas no cambian nada… o quizá sí.
Mi historia es compleja, lo sé… pero nadie tiene historias simples. Conoce tu pasado, el de tus ancenstros y conócete… eso es lo más importante.
Si sabes quien eres sabrás con mayor facilidad y certidumbre hacia donde tienes que ir.
Nunca hay que olvidar la conmemoración del 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), es necesario… siempre hemos estado aquí, igual que los hombres… pero con circunstancias diametralmente distintas, pero aquí seguimos…
Espero, alguna vez, ver como se instaura algún día que conmemore a la humanidad, sin género, sin etiquetas y sin divisiones… Amén… y amen.